viernes, 8 de julio de 2011

GALACHEFX II

WOK DE VERDURAS CON PESCADO

Saludos parroquianos, estoy de nuevo con vosotros, para que dejéis de alimentaros con esas mierdas precocinadas que esta vida tan estresante nos obliga a ingerir.

Aprovechando que las chicas Galatex llevan tiempo sin pasarse por aquí y que ya he olvidado la hostia que me pegó Cristina tras la primera entrega de esta serie, me dirigiré única y exclusivamente a vosotros, los machos de la manada.

En este mundo tan feminista en el que vivimos, un hombre también tiene que desenvolverse en la cocina como el más experto de los chefs, ahora, dile a tu mujer que cambie una rueda del coche, a ver que te dice...

En fin, a lo que vamos, os voy a dar una receta con la que conquistaréis el corazón de la más endurecida de las féminas, y a buen seguro que conseguirás una recompensa acorde con tus méritos y esfuerzos.

En primer lugar poneros buena música mientras cocináis, yo en este caso me decanto por la lista de los 10 temas más refrescantes del verano que nos colgó Little. Y sin mas, vamos a los ingredientes.

INGREDIENTES
Para dos personas...

Una zanahoria, cortada en juliana (¡en tiras capullo!).
Un pimiento rojo.
Medio calabacín.
Media berenjena.
Una cebolla.
Champiñones.
Dos medallones de merluza (podéis usar cualquier otro tipo de pescado, incluso algún tipo de carne).
Pasas (si os gustan).
Salsa de soja.
Hierbas provenzales (si os gustan).
Pimienta.
Agua.
Aceite.
Sal.

Los ingredientes de calidad

Corta el calabacín, la berenjena y el pimiento en trozos grandes, pero que te quepan en la boca. La cebolla y la zanahoria en juliana. La merluza tendrás que trocearla al menos una hora antes y sumergirla en salsa de soja, dejándola macerar hasta el momento de añadirla al wok.

Ahora la mala noticia, necesitas una sartén wok. No hay excusas, sin sartén no hay receta. La buena noticia es que las venden baratas, por menos de lo que cuesta un filete de mero tienes una. Al parecer, todos los restaurantes Wok y los chinos de España están cerrando por la crisis y están de saldo. Recuerda que tu esfuerzo se verá recompensado. ¡Te vas ha hartar de follar chaval!.

Sigamos, enciende el fuego a máxima potencia, añade un poquito de aceite, poco. Cuando esté caliente se añaden el pimiento y la zanahoria, les pones una pizca de sal y vas removiendo hasta que empiecen a dorarse. En ese momento añades un chorrillo de salsa de soja, sigues removiendo un poco más y añades la cebolla, le pones un poco de sal y remueves para que no se queme. Cuando esté dorada la cebolla, repites la operación de la salsa de soja. A continuación se añade el calabacín y la berenjena. Sal de nuevo, en pequeña cantidad, remueves hasta que se vaya dorando y soja de nuevo. En este punto y después de haber dado un tiempo a que los alimentos absorvan la soja, se añade un poco de agua, con un vaso bastará. Con esto evitamos que las verduras queden poco hechas.

Que no te se vaya la mano con el agua

Cuando el agua se evapore por completo, añade la merluza junto con el líquido en el que se estaba macerando. Añade también los champiñones y (si te gustan) las hierbas provenzales, pimienta y pasas. De nuevo añade una pizca de sal y esta vez no pondremos más soja, porque ya iba junto con la merluza. Continua removiendo todo para evitar que se queme, recuerda que el fuego está al máximo todo el rato y en unos 3 ó 4 minutos estará listo.

Trata de ensuciar la mayor cantidad de cacharros posibles, recuerda que luego fregará ella y cuantos más cacharros sucios, mayor la dificultad del plato ¿no?. Así que no te cortes.

Si te quedan así es que eres un campeón

Y para terminar y en vista de que el texto se queda demasiado corto para merecer un tag con mi nombre, os contaré un chiste para alargar la cosa:

Esto son dos putas en un ascensor y dice una:
-Aquí huele a semen.
Y la otra responde:
-Perdón, me he tirao un eructo...

Y otro, un hombre le dice a otro:
-Voy a comprarle un collar a mi mujer.
.¿Si? pues yo la llevo suelta.

Y sin más, me despido hasta la próxima. Chao chicos.



lunes, 13 de junio de 2011

RECOMENDACIONES; HOY...HUSEIN JOHNSON


Los que me conocéis sabéis que no hago recomendaciones en vano, y también sabéis que hago una criba tremenda de todo lo que escucho antes de aconsejaros algún disco.

Así que esta vez tenéis que hacerme caso y escuchar este disco.

Porque tras este atípico nombre, hasta anticomercial diría yo, se esconde un power trío de dos pares de cojones.

Esto es rock duro y pesado, a ratos denso, a ratos vertiginoso; con la mirada puesta en los setenta, con todo lo que ello conlleva.

Pueden recordar al stoner por momentos, pueden recordar a los Zen Guerilla del "Shadows on the Sun", tienen un punto psicodélico en algunas partes que les viene muy bien, con una base rítmica engrasadísima y supercontundente y una voz dura y con una personalidad poco vista por estos lares (ah, sí, que son de Burgos, pero nadie lo diría)

"Spectral Echoes", el disco de marras, suena duro, suena compacto y es una delicia de principio a fin.

Hacedme caso, merece la pena.

viernes, 6 de mayo de 2011

DE COMO EL ESPÍRITU DE SUPERACIÓN Y LA CAPACIDAD DE SUFRIMIENTO, FORJARON MI CARACTER, O EL ENANO

Esa mañana, mis robustos gemelos me hicieron albergar falsas esperanzas. Con la inocencia propia de quien ignora su fatal destino acudí a la cita en la que, sin saberlo, me jugaría la vida, una vez más.
Para la ocasión me prestaron una montura gran reserva. Un hierro amarillo con más años de mili que Franco de caudillo. Para manejarlo correctamente abría necesitado más horas de instrucción que un piloto de combate, pero a los cinco minutos del préstamo ya andaba yo, por ahí, dando pedales.
A cada cambio de marcha, le seguía un sonido insoportable, que obligaba a cualquier viandante que se encontrase a menos de cien metros a la redonda a girarse y mirar en mi dirección. Los complejos engranajes de tan venerable herramienta parecían estar al borde de la muerte y así me lo hacían saber cada vez que se me ocurría forzarlos a cambiar de posición. Más fácil me abría resultado azotarlos con una fusta o picarlos con unas buenas espuelas.
Quisieron los dioses que, a pesar de las dificultades y, gracias al ímpetu de mi juventud, que ya voy dejando atrás, fuese avanzando por polvorientos caminos, poniendo demasiada distancia entre mi ser y mi hogar. Cosa, que habría de pasarme factura, del modo más vergonzante al que jamás nadie hubo de enfrentarse.

¡Vaya pedazo de burra!

Mis compañeros de viaje, aquellos que me invitaron a una "bucólica" jornada, marchaban, indefectiblemente, entre cien y doscientos metros por delante de mi. En ocasiones, se ponían a mi altura y preguntaban: "¿Vas bien?", yo, con el hígado en la boca, siempre contestaba que no, pero aún así no cambiábamos el sentido de la marcha.
Fue frustrante para un hombre como yo, recio, alto, fuerte, de constitución hercúlea y que en esa ocasión rondaba los cien kilos de peso, el no poder plasmar mi superioridad física en una cadencia de pedaleo que me permitiese estar a la altura de Sister y Edison, o porqué no, superarlos ampliamente.
Después de aproximadamente trece kilómetros en sentido Ribarroja, paramos a beber agua y a ver como andaban los ánimos. Yo, expuse de nuevo mis motivos para regresar, pero resultaron inútiles, así que recurrí al comodín "suegra", se hacía tarde y comía en su casa. Fue en vano, no atendían a razones, y yo, que soy tan perseverante que prefiero la muerte a rendirme, me disponía a continuar cuando un ángel puso en mi boca lo que sería mi salvación. Sentí la imperiosa necesidad de expulsar líquidos en forma de salivazo, y esa necesidad se convirtió, con la naturalidad que siempre acompaña a los hombres, cuando no hay mujeres cerca, en una realidad verde, espesa, cuasi humeante y ... ¡sangrante!
Ante aquella prueba material de que había tocado fondo, los convencí para que emprendiésemos el regreso. La parte interna de mi cara se resintió durante semanas del bocado que acababa de propinarme, pero valió la pena, regresábamos a casa.
Ni Ulises en sus veinte años de odisea sufrió tantos percances como yo para recorrer los trece kilómetros de mierda que restaban.

Cuando las cosas son viejas, es natural que sufran averías, es lo que pasa con los electrodomésticos justo cuando se les acaba la garantía. Las bicicletas, no son diferentes. Y esta ley inquebrantable volvió a ponerse de manifiesto justo en ese momento, cuando volvíamos a casa.
Mi calamitoso estado físico me hizo olvidar las recomendaciones que debía seguir para evitar que mi bici se convirtiese en un puto gremlin. A saber; No cambiar de plato bajo ninguna circunstancia; No subir al piñón grande, ni bajar al pequeño; No beber agua sin bajarme de la bici; El cambio, para arriba más duro, para abajo más suave. Como podéis ver, un puto lío y mucho más cuando alguien está al borde de llamar llorando a su mama. Acabé dándole de comer pasada la media noche y descubriendo que pasaba cuando ponías el piñón más pequeño... Que se salía la cadena.
Tuvimos que parar tres veces a poner la cadena en su sitio. Cada pequeña rampa que se cruzaba en mi camino era como subir el Mortirolo o el Angliru, jodido de cojones. Nadie ha sido capaz de ir sobre una bici tan despacio, durante tiempo y no caerse. Caminando me abríais adelantado y así, en estas condiciones fue como llegué al puente de La Cañada, donde con una sucia maniobra por la que apunto estuve de refrescarme en el río, abría de rebasarme el que en un principio pensé era un niño, y abría, sin embargo, de convertirse en mi némesis.
Ahí lo vi partir, dejandome atrás, tan altivo, tan orgullosos de si mismo, pavoneándose con su bicicleta liliputiense. Un enano me había, casi literalmente, pasado por encima. Ahora, fríamente, asentado en la comodidad de saberme mejor que entonces, me sonrío al recordarlo, pero en ese momento mi actual condescendencia se convertía en hiel en los labios. La humillación sufrida no tenía parangón.

¿no os dá un poco de miedo?

Saqué fuerzas de donde no las tenía para lavar mi imagen. El enano pedaleaba como un demonio y me costó una vida coger su rueda, a todo esto Sister y Edison habían desaparecido en la distancia. Mi rostro debía ser un poema, cubierto de sudor y en una mueca constante de esfuerzo extremo. Sin embargo, de vez en cuando, un grupo de amantes de la hípica se cruzaba en mi camino trotando, con esos simpáticos saltitos que todos los jinetes pegan sobre la grupa de sus caballos. Es muy excitante ver a una joven y atractiva amazona dando furiosos golpes de cadera contra su silla de montar. En esas ocasiones, recomponía todo lo posible mi maltrecha figura y ofreciendo mi mejor perfil, sonreía y saludaba inclinando levemente la cabeza, todo un caballero.
Al enano lo dejé atrás en una pendiente a un par de kilómetros de donde me pasó. Fue una derrota efímera, breve, casi tan pequeña como quién me la inflingió, pero el recuerdo de esa humillación aún perdura y cuando las fuerzas flaquean, aún hoy, miro hacia atrás temiendo que el enano esté al acecho. De hecho, el temor a que me alcanzase de nuevo fue lo que me ayudó a no desfallecer.

Volví a ver a mis compañeros de viaje sentados en animada conversación, bajo la tupida sombra de un chopo centenario. Sus bicis en el suelo eran el marco perfecto para el fantástico día de diversión campestre que me habían prometido. Pasé de largo, ni los miré, estaba cegado por el deseo de llegar a casa de una puta vez... Además, secretamente, temía que el punto negro que veía a lo lejos por la retaguardia fuese el enano siguiendo mi rastro.
"¿Donde estabas tío?" me preguntaron, "Me paré a mear", mentí. "Pues si que has tardado", "me meaba mucho"...
Desde aquí me llevaron, casi a empujones, en una doliente peregrinación. Calambres en las piernas, dificultad respiratoria, manos llagadas y culo roto fueron el triste balance de los daños. Tan solo me quedó, en tan aciaga jornada, la satisfacción de ganarles el último esprint. Cuando vi que Nur me llamaba al móvil, esprinté como alma que lleva el diablo, cuando llegué a casa me acordé... No me había despedido.

Edison...
Sister...

¡Hasta luego!

martes, 15 de febrero de 2011

EL DÍA QUE AHORCARON A ROBERTO EL ROJO


En verdá sus digo señores, que lo que sus cuento es la pura verdá. Por mis muertos que lo juro, siciera falta.

Hace dos días, al albor de la mañana, preparábamos viandas para romper el ayuno nocturno. Pocos éramos en verdá, pero con nusotros cuatro guardias facian de escolta. De poco nus sirvieron cuando apareció. Lo mismo que un demonio del averno se nos hizo presente. De la nada salió con la espada alzada, por mi madre sus lo juro, siciera falta.

En lo que tardo en cogerme la pija facia picadillo a los guardias. Ustedes perdonen mi jerga, pero va ser como sus digo. Al punto todo acabó y en derredor de la hoguera quedamos los mercaderes, sinco en total, bañados en la sangre de los guardias que en mala hora se quedaron nuestros dineros.

Entonces habló. Le barruntamos la respiración a través de la celada, lo mismo que un mulo bufaba el jodio y con una voz salida de los infiernos nus dijo: "Por la gracia de Dios que me concedió la fuerza de mis brazos os lo pido, entregadme las bolsas o la vida". Al instante Germán contestó "¡Jamás!" y todos lo miramos como si se hubiera vuelto loco y en verdá sus digo que él también pareció sorprendido de lo que había dicho, al menos un segundo, justo antes de que su cabeza estallase como una melona, aplastada por una maza llena de pinchos. Por mis mocosos sus lo juro, siciera falta.

Visto y no visto, las cabezas aplastaba como quien coge nabos, y yo cubierto de sesos, y más sangre, se conoce que del susto me dio un algo y caí redondo sobre la hoguera, ahí me figuro me dio por muerto.

Miradme, miradme, uá, uá, como duele, to el pecho achicharrao, peor que una coz de macho sus digo. Suerte que uno es más bruto que un azadón de granito, sino asado me comían los lobos, como a mis compadres y al loco de Germán, quel diablo lo lleve.

Ni rastro de las mercaderías dejó el demonio, y qué sorpresa cuando llego aquí pidiendo socorro; Lo veo ahí, gastando mis dineros en un yantar de reyes. Roberto "el rojo", el sembrador de viudas se sienta a esa mesa. ¿Sois lo bastante hombres para detenerlo?



-¿Usted está seguro de que ese de ahí es Roberto "el rojo"?¿Dice que lo jura por sus hijos?
-Y por mi esposa lo juro, siciera falta.
-Bien capaz parece ese buey de hacer lo que nos cuentas, y como traga el hideputa, como si se acabara el mundo.
-Si queréis más pruebas, fijarus en la capa, roja como la sangre que ha vertido sus digo.
-¿Crees que podremos con él alguacil? -dijo un compinche.
-Sobraos... -Dijo otro con un juboncillo de cuero y cara de matasietes.
-Prudencia -advirtió el alguacil-, llamad a la guardia de la puerta, que venga y vamos por él.
-Pero si semos siete mi señor, se le aflojarán las piernas al vernos -alegó otro bravo con espada al cinto.
-Pue ser -asintió otro.
-Los bueyes son lentos -apuntilló uno con bigotillo fino al tiempo que sacaba dos dagas de los costaos.
-¿Qué haces loco? -reprendió en susurros el alguacil- Guarda eso o te corto la pija. ¿qué quieres, advertirle antes de tiempo patán?
-Usted si que sabe hablar señor alguacil, ni tan siquiera lo entiendo. -dijo el gañán con el pecho humeante.
-Ala, traedme a la guardia y vamos por él, no se hable más, ¡Bebamos! pago yo.

Y con estas palabras todos se relajaron y sonrientes aguardaron a la guardia pacientemente...

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-Buen día nos dé Dios caballero -dijo el alguacil.
El caballero alzó la vista de su comida y mirando en derredor, terminó posando la mirada en el alguacil.
-Buen día nos dé... A todos -añadió mirando al numeroso grupo.
-¿Me permite? -dijo el alguacil mientras tomaba asiento.
-¿Cambiaría algo si le dijese que no? -respondió el caballero con una sonrisa gélida.
-Bien sabe usted que nada cambiaría. Tenemos cosas de que hablar.
-No le negaré que me importuna e inquieta su presencia, no veo motivo para esta charla, pero sea, espero que no le moleste que siga comiendo -dijo al tiempo que agarraba unas costillas sin el menor rastro de delicadeza.
-Man dicho, que a usted le gusta vestir de rojo... Como la sangre.
-Son los colores de mi señor -contestó el caballero con la boca llena.
-Y que se maneja muy bien con la espada.
-Como pocos -dijo sin mostrar mucho interés a lo que le decía el alguacil.
-¿Tanto como para vencer a cuatro hombres armados? -preguntó el alguacil con malicia.
-Si no son caballeros quizá hasta con quince -contestó algo escamado, sin obviar que eran precisamente quince los hombres detenidos frente a él.
-¿Viene usted por el camino del bosque?
-Y me voy por el de la costa.
-Eso ya se verá -dijo uno de los bravos del alguacil.
-¿Cómo? -replicó el caballero poniéndose alerta con la mano en el cinto.
-Tranquilo compadre, que este patán no sabe lo que dice -dijo el alguacil con una amplia sonrisa al tiempo que posaba su mano en el hombro del caballero.
-El día que un caballero sea el compadre de un alguacil, las mulas cagarán putas, las putas parirán reyes y los reyes yacerán con mulas -casi escupió el caballero.
-¡Huy lo que ha dicho! -dijo un guardia.
-¡Prendedle! -gritó otro.
-¿Qué ha dicho? -preguntó el mercader churrascado.
-Me ofende usted, no es propio de caballeros el despreciar de ese modo.
-No debió el alguacil tomarse tantas licencias con mi persona. No olvide -de repente se puso en pie- que no olvide nadie -dijo alzando su poderosa voz- que mi yerro me da voz para juzgar y poder para matar, por la voluntad de Dios y de mi señor. Así, que se me aparten estas gentes que estorban y tú -señaló al tabernero- trae más vino y panceta que el hablar me da hambre.


El tabernero se acercó solicito a la mesa del caballero, pidiendo permiso para atravesar el nutrido grupo que acompañaba al alguacil. Al llegar a la mesa unió sus manos en señal de disculpa, mientras con cara de absoluta tristeza le decía al caballero:
-¡Oh! mi señor, ilustre caballero, le ruego pueda disculpar a este, su humilde servidor, pero para mi vergüenza la despensa está vacía y la bodega con telarañas, esa era la última tinaja de vino que nos quedaba en esta casa.
-¿Cómo es posible?
-Pero mi señor, aún cabe una solución. Si usted me adelantase los dineros del banquete, yo mandaba a la moza por más suministros...
-Está bien, está bien, aquí tenéis, tres monedas de a cuarto -dijo el caballero.
-¿No podrían ser cuatro? ¿o dos de medio? -habló el tabernero.
-¿Qué son esto, las cocinas reales? con tres vas listo y aún te sobra para alimentar a un ejército.
-Ahí van mis monedas -gritó el mercader saqueado al fuego.
-¡Por Dios! ¿Qué le ha pasado a ese hombre? -dijo el caballero realmente espantado- parece un chuletón a medio hacer.
-Ja, ja, ja -rieron los hombres del alguacil.
-¿No lo reconoce usted? -dijo el alguacil.
-¿Habría de reconocerlo?
-Habría, pues con sus dineros paga.
-Con los mios -replicó el caballero seriamente alterado.
-Con los suyos -repitió el alguacil.
-A mi honor ofende -gritó el caballero puesto en pie.
-¡Y a su madre! -dijo el alguacil.
-Siciera falta -apuntilló el chuletón.
-¡Prendedle! -gritaron los escoltas.

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Por el camino de la costa marchaba una caravana, e integrado en ella un mercader mutilado por el fuego era el centro de atención. Todos querían oír su historia, y él no quería perder ni una sola ocasión para contarla.


En verdá sus digo señores que facian falta cien guardias pa placarlo, pero con quince nos bastamos, por mis muertos que lo juro, siciera falta.

Lo habían cercao los hombres del alguacil, pero el hideputa como un rayo se movía y no más en un suspiro ensartó a dos hombres, mutiló a un tercero y dejó al alguacil pa comer papillas el resto de suesistencia.

Sus digo que nadie salió ileso desa matanza, más que mi persona. Ya mismo andarán dentierro los de la guardia pues muchos cayeron, pero entre tanto valentón y tanta espada fui yo quien dejó como un guiñapo al to poderoso bandolero. Con una pata de cordero lo dejé seco, por mi madre sus lo juro, siciera falta. Va ser que no me hizo cuenta el matón, y por el descuido lo he visto colgado esta mañana. Mis compadres por fin descansarán en paz, ahora que el demonio ha vuelto al averno.

-¡Alto!¡Alto, buenas gentes! -un jinete interrumpió el monologo a gritos-. Haced caso a lo que os digo y nadie perecerá bajo mi espada -el jinete alzó su arma-. Entregadme las bolsas y no ha de haber ningún herido.
El jinete recojió los dineros, picó espuelas y desapareció.
-Ese era el fantasma de Roberto "el rojo", por mis mocosos que lo juro, siciera falta -dijo el héroe, con conocimiento de causa.
El resto del convoy lo miró con excepticismo.
-Mia que es usté tarugo -dijo por fin un tipo robusto, como el más robusto de los leñadores expresando en palabras lo que todos estaban pensando-. No sé a quién mandó usté ahorcar allá en la villa, pero Roberto "el rojo" está tan vivo como la pija de un mozo, y nos acaba de levantar la taleguilla.
Entre el cortejo se levantaron murmullos de aprobación.
-Más le digo, aligere o le parto la crisma, ya me cansé de su jeta de asno perjuro.

Y así, corriendo por el camino, perseguido por silbantes cantos, el comerciante braseado aún acertó a gritar: "Es un fantasma, por mi esposa sus lo juro, siciera falta..."
Y una piedra le acertó...

miércoles, 9 de febrero de 2011

TOKIO YA NO NOS QUIERE de Ray Loriga

El Critico Bueno

Con un inicio de lo más extraño, incompresible e inquietante, parece que el autor trata de purgar a sus propios lectores, permitiendo, tan solo, a los que han probado su fidelidad disfrutar de esta magnífica obra.

Los lectores de ocasión, aquellos que retiran la pierna cuando ya han pisado la mierda, serán incapaces de ir más allá de la página veinte. Pero aquellos audaces, los rastreadores de cosas nuevas y frescas, los que se hacen preguntas y no temen que no haya respuestas, estos, seguirán adelante, y como en un cuento de niños en el que retiras un telón y todo cobra sentido (o lo pierde), así descubrirán un mundo tan sórdido y aberrante que desearás vivir en él. Un mundo en el que las drogas, nuevas y viejas te harán sentir capaz de todo y de nada. Un mundo cuasi onírico en el que los sueños son reales y lo real es un sueño. Un mundo en el que si algo te avergüenza o te duele, lo olvidas, y si te gusta y lo disfrutas, lo olvidas también. Un mundo como el nuestro, en definitiva, pero diferente. En este mundo el sexo se intercambia como un apretón de manos, los aviones vuelan a ras de suelo y la muerte no es el final, al menos, mientras te queden baterías.

Aquí tienes una bala blanca, un NPG y farlopa, después ¿follamos?

Ray Loriga nos presenta a un "tipo" con aire de perdedor resignado, que ha decidido que el mundo se acaba mañana y que sería estúpido que le sobrara algo en los bolsillos.

El olvido es el único refugio de los perdedores reincidentes, y el "tipo" de Ray, decide reincidir en el olvido para refugiarse de sí mismo. De su vida, tan penosa como la tuya, o como la mía, pero vida, al fin y al cabo. La vida de un valiente, o de un cobarde, que ha elegido un camino sin retorno para no hacer siempre lo mismo, para hacer algo diferente.

Y por supuesto, Tokio...

"Cuando estás en Tokio, Tokio está por todas partes"

Un libro, como dice Little Caesar, del que sacaras frases para tatuarte en el brazo.