domingo, 10 de enero de 2010

HAMLET de William Shakespeare


El critico bueno

Sucedió que, por un motivo ineludible, debía coger un vuelo. En el atareado día que precedió a esta acción, olvidé incluir en mi equipaje de mano lo más importante, un libro.

Estaba tristemente resignado cuando llegué a la casa de mi suegra, ya que David, mi cuñado, debía acercarme al aeropuerto. Sin mucha esperanza inicié una búsqueda desesperada entre la escasa literatura que reposa en sus estanterías. Cual fue mi sorpresa cuando descubrí entre tanta "paja" algo que despertó mi interés. Un finísimo libro que contenía una de las mejores obras del siglo XVII, Hamlet, de William Sheakespeare.

Desde luego esta era la única situación que me habría empujado a devorar una obra de teatro. Y puesto a empezar, ¿qué mejor manera de hacerlo que con el mejor autor de la historia? Con permiso de Don Lope.

Como es obra conocida, obviaré mis habituales reparos y jalonaré mis comentarios con hechos que suceden en el desarrollo de la historia.

Así, cuando en el avión emitían una rancia película en ingles, subtitulada en holandés, yo aterrizaba en la Dinamarca de Hamlet y ciertamente, algo olía a podrido por esos lares.

Todo comienza con un Hamlet alegre, enamorado de Ofelia, hija de Polonio, el Chambelán del reino. Con todo, su amor es imposible, porque la sangre de la dama no está a la altura de la del príncipe de Dinamarca. Polonio obliga a su hija a rechazar al joven.

Por otro lado y al mismo tiempo, la sobrenatural aparición del espectro de su padre, con una serie de peticiones de venganza terminan de nublar el juicio de Hamlet, que desde ese momento, se debate entre actuar o no, para vengar a su padre y en un vano intento de recuperar el favor de su amada. No es de extrañar que a los ojos ajenos parezca un demente y ya todo el mundo lo toma por loco.
Su padre muerto le exige venganza

Pero ¿qué es la locura si no un estado de ánimo? diría Hamlet si le preguntásemos. A buen seguro lo haría con un lenguaje mucho más florido y salpicado de melodramática melancolía. Así, se sumerge en oscuros pensamientos de venganza, soportando una carga para la que no parece estar hecho. Buscando, inconscientemente, algún modo de retrasar la petición del fantasma paterno.

Hamlet se vale de su inteligencia para probar que lo que le susurró el alma atormentada, era del todo cierto, y que un traidor ciñe la corona de Dinamarca.

Desde este momento la locura del príncipe se acentúa por un lado y por otro nos da motivos para pensar que se trata de una pose, que es fingida. Varios combates dialécticos se suceden desde este momento, con Polonio, con antiguos compañeros, con un enterrador y con algún cortesano, todos ellos cargados de brillante verborrea y muy recomendables por lo divertido y por lo instructivo.

Al final el que en un principio pensé pusilánime heredero, se destaca como hombre bravo y con arrojo, y tras una serie de situaciones peligrosas para el protagonista, lo vuelve todo de cara para, al fin, cumplir con su objetivo. El cómo y el por qué, tendréis que averiguarlo vosotros prestando vuestro tiempo a la lectura.

Hamlet: Ser o no ser, he ahí el dilema...


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