domingo, 14 de febrero de 2010

Vida o muerte en el politécnico, de como un amigo casi me retira la palabra, por mi impericia en los deportes

Es duro ser vapuleado, humillado y ninguneado, pero más duro es, si las personas que con tanta saña te atacan son tus seres más queridos.

Tengo una larga experiencia en situaciones de este tipo. Ya desde mi infancia, el detonante era siempre el mismo, mi impericia.

Creo que nunca fui bueno en los deportes, recuerdo con claridad el día en que no agarré una pelota de tenis que venía lenta y templada a mis manos. Mi amigo Paco (recuerden que siempre utilizo seudónimos) me pegó una patada en el culo con toda la pericia que a mi me faltaba, estoy seguro de que este suceso tiene algo que ver con mi problema de almorranas, de hecho, según la posición en la que me ponga, creo que todavía me duele.

En aquella época, jugábamos todos los días al béisbol, o a algo a lo que nosotros llamábamos así, por lo que a diario las pelotas se caían de mis manos. Esto hizo que mi culo tuviese el aspecto del de un babuino y que, además, me pusiesen el denigrante mote de "manos de mantequilla", no recuerdo quién fue el pequeño y ocurrente hijo de puta que me lo dijo por primera vez, seguramente uno de mis amigos más intimos. Lo que si recuerdo, es que me lo llamaron durante más de dos años.

Si hubiese tenido estos maestros nunca me habrían llamado "manos de mantequilla"

"Manos de mantequilla" era, con regularidad, el último en ser elegido en cualquier equipo, exactamente igual que cuando en fiestas jugamos a esa mierda de los globos de agua.

Durante aquellos años tenía un enemigo feroz, alguien que no perdonaba ni una sola de mis pifias, aunque jugase en el otro equipo. Este enemigo no dudaba en recurrir a la violencia con la intención de ayudarme a mejorar. Nadie me ha pegado nunca tan fuerte, ni me ha visto llorar tanto. Un par de veces en la playa, pensé que moriría a sus manos. Este enemigo tan tenaz también era hijo de mis padres y amigo de mis amigos, por lo que nunca encontré auxilio para enfrentarme o ni tan siquiera huir de mi hermano Edison. Por fortuna, todo esto pasó cuando llegué a la pubertad, no tanto por mejorar deportivamente hablando, como por abandonar tan agotador quehacer.

Con el paso de los años incluso olvidé mi pasado y me enrolé en cualquier actividad que exijiese esfuerzo físico. De este modo me he visto jugando en más de una ocasión al pádel. Tenía grandes virtudes como jugador, o al menos eso creía yo. Un esprint poderoso y veloz, aunque casi siempre lo uso a destiempo y, o llego tarde, o la pelota golpea contra mi cuerpo. Una derecha fuerte y poderosa, aunque demasiado imprecisa. Y un servicio, bueno, el servicio siempre ha sido malo.

En estas condiciones estaba cuando acudí a la cita en la Universidad Politécnica de Valencia.
Babuino:"Alud Romera, que culo más rojo tienes"

Allí me debía esperar mi buen amigo Cristóbal, pero fui yo quien lo esperó unos minutos. Cuando llegó nos pusimos a hablar de nuestras cosas, todo parecía normal y nada me hacía presagiar lo que habría de suceder.

En cuanto llegaron sus compañeros Ataúlfo y Jusitiniano nos pusimos a la faena.

Yo hacía equipo con Cristóbal y empezó el partido...

Al parecer nuestros rivales conocían a la perfección todas las debilidades de Cristóbal y hacían todo lo posible por que la pelota le llegase a él. A buen seguro se sentían intimidados por mi poderoso físico. Yo mismo me dispuse a disipar sus injustificados temores desplegando toda suerte de fallos garrafales cuando, por fin, me llegaba la pelota.

La muñeca de acero de Ataúlfo me estaba destrozando, no conseguía devolver un resto en condiciones, a todo esto, Cristóbal radicalizaba cada vez más su postura contra mi. Pasó de explicarme como tenía que golpear a la pelota, a preguntarme que si no había visto que iba por allí, o por aquí. Lo peor fue cuando empezó a golpear cosas con su raqueta o a lanzar patadas al aire como enloquecido. Juro que en una de esas situaciones, le miré a los ojos, que tenía enrojecidos, y temí convertirme en piedra.

Cuando perdimos definitivamente el segundo set me sentía como un apestado, Cristóbal había arrojado la toalla y solo me decía "¡pero tío!" "¡pero tío!". Su mirada me reprochaba los puntos perdidos, obviando los que había perdido él mismo, y me dirigía toda clase de comentarios desdeñosos, nunca he sentido tanta vergüenza en mi vida, excepto en alguna ocasión que ya os contaré...

Ataúlfo y Justiniano se reían por lo bajini, ambos fueron muy respetuosos.

Ahí fue cuando caí en que estaba viviendo la pesadilla de cualquier pajillero americano; hacer deporte rodeado de informáticos y ser el peor...

Al iniciarse la tercera manga decidí que ya era suficiente, había empleado el método Gurru, había analizado a mis rivales y encontrado sus puntos débiles, era momento de pasar a la acción.

Lo único que tuve que hacer fue retrasarme un pasito cuando sacaban (con potencia Ataúlfo, colocado y de rosca Justiniano) y prescindir de mi poderoso golpe de "Torpedo" (os aseguro que con ese golpe, una vez atravesé la red que divide el campo, por supuesto fue mala) para únicamente poner la pelota en el campo contrario. De este modo conseguí obrar el milagro. Traté de enviar todo el juego a Ataúlfo y así la muñeca de acero se tornó de vidrio a la tercera bola que devolvía. Justiniano, adormecido por la inactividad y cegado por mi resplandeciente juego, apenas acertaba a darle a la pelota cuando por una travesura del destino le caía cerca.

Tras dos sets con 4/6 en el marcador, me basté y me sobré para darle la vuelta con un par de 6/0.El infierno no debe ser muy distinto a esto

Pero no creáis que tras mi victoria intenté reivindicar mi soberanía sobre el juego, muy al contrario. Con la humildad que siempre me ha caracterizado, cedí todo el mérito a Cristóbal, al que veía feliz, henchido de gloria, ya era otra vez mi amigo y no tuvo que soportar la burla de sus compañeros informáticos... Hasta la siguiente jornada de pádel...

Pero no creaís que cuando alguien se transmuta y despliega todo lo que tiene dentro, cuando alguien desafía a la luz y galopa dejándola atrás, cuando alguien se equipara a los dioses y se atreve a estar aquí y allá al mismo tiempo, no creáis, repito, que esto no tiene un precio. Durante tres días, al menor movimiento de mi cuerpo, un quejumbroso aullido salía de mis labios y durante tres semanas he tenido unas fuertes y dolorosas agujetas. Otra persona, con los músculos menos preparados, podría haber muerto. Me jugué la vida. Hay que ver lo que uno es capaz de hacer por un amigo.

EPÍLOGO

Antes de despedirme hasta la próxima, quería decir a todos los amigos que alguna vez me llamaron para practicar deporte, y que después de una jornada en la que apreciaron toda la impericia de que soy capaz, nunca más volvieron a hacerlo, que no os guardo rencor. Gracias a vosotros me he aficionado a la bicicleta, y ahora soy yo el que muchas veces no la llama...

No hay comentarios:

Publicar un comentario